Anita la huerfanita

mzi.eivhwdgyLa primera vez que visité un orfanato era yo muy joven, tenía la misma edad que la mayoría de los niños que se encontraban ahí. Les habíamos organizado una posada mexicana, con piñatas, y recuerdo que había puesto mucha atención en no llevarme ningún dulce para que los niños del orfanato los tuvieran todos. Recuerdo también que me impactó el darme cuenta de que había quienes crecían sin la presencia de un padre y una madre a su lado, que los guiara, que les diera ese amor incondicional que sólo ellos están dispuestos a dar. En esa misma época, pasaban seguido en la televisión la película de “Anita la huerfanita” (Annie en inglés). La vi muchas veces, me gustaba mucho y siempre sentí mucha empatía por esa niña huérfana a quien la vida le compensó tanta tristeza encontrándole unos padres adoptivos que la adoraban, y que además eran millonarios.

Cuando mi hija Léa tenía cerca de dos años encontré por casualidad el DVD de esta película de 1982. Lo compré, y sin imaginármelo se convirtió en su película favorita. La quería ver todos los días, y en las mañanas, cuando se despertaba, lo primero que decía era “tomorrow, tomorrow”, haciendo alusión a la canción que canta Anita. Cuando íbamos en el carro con mi esposo, de repente escuchábamos decir a Léa “tomorrow, tomorrow”, entonces nos poníamos a cantar los tres. Era la “canción de Léa”. Por eso, cuando a los pocos meses muere de manera inesperada, la canción Tomorrow estuvo presente en la ceremonia luctuosa, y se convirtió en un mensaje de esperanza para nosotros, ahora padres huérfanos de nuestra hija adorada, sumidos en la tristeza y en el dolor, de que “el mañana sería mejor y que saldría el sol”.

Una amiga me platicó de este orfanato en Panamá y de inmediato sentí ganas de ir y tratar de colaborar de alguna forma. Las señoras responsables del hogar nos recibieron con los brazos abiertos. Me sorprendió ver que el lugar es bastante amplio, muy limpio y organizado. Huele bien y hay suficiente luz y espacio para que los niños jueguen. Durante las mañanas, el lugar funciona también como guardería: recibe a otros niños del barrio, no huérfanos. Nos explican que lo que más les hace falta son obviamente recursos humanos, así que el voluntariado siempre es bienvenido. Conocí a una señora, jubilada, que asiste varias veces por semana a ayudar a las “tías” del hogar a cuidar a los niños. Me comenta que le gustaría venir todos los días, pero no puede porque también tiene que cuidar a sus nietos. Sus hijos se ponen celosos, así que tiene que repartir su tiempo con los huérfanos, que no tienen a nadie, y sus nietos, que tienen a sus papás (así me lo explica ella).

Entramos a la sala donde se encuentran los bebés que aún no pueden ir a la escuelita. Hay más de diez cunas pero sólo nueve niños. La más pequeña tiene un mes de nacida, su mamá está en la cárcel. Hay otra niña de dos meses, pero que es más pequeña que la que tiene un mes, pues nació prematura. Su mamá la abandonó en el hospital. Las dos se llaman Milagros. Los otros bebés tenían entre 6 y 9 meses, aunque por su tamaño parecerían de menos. Dos de los bebés estuvieron muy enfermos y hospitalizados durante varios días, pero ahora están ya recuperados y de regreso. Me sorprende ver que todos los bebés son muy risueños y tranquilos. No se les nota preocupados por su futuro. A las niñas las han peinado con una colita en la cabeza, a uno de los niños también porque como tiene el pelo más largo le tapa los ojos.

Veo a una joven rubia, muy guapa y bien vestida, sentada en el piso, sobre una colchoneta. Está abrazando a uno de los bebés. La administradora nos la presenta, es una estudiante alemana que estará tres semanas ayudando como voluntaria. Se llama Léa. Me siento a su lado y tomo a otro bebé, a quien empiezo a darle un masaje. Hice un curso de masajes para bebés y sé que es un excelente estimulante para su desarrollo, les ayuda a fortalecer los músculos al mismo tiempo que los relaja. El contacto físico es muy importante, aunque a la “tía” responsable de los bebés no le gusta que los carguemos tanto, pues dice que después se acostumbran y cuando está ella sola no se da abasto (aún si el contacto físico es más una necesidad que una costumbre, sobre todo a la edad de estos niños).

Paso bastante tiempo en la sala de bebés, les doy masajes, les canto, juego con ellos, y aprendo a cambiar pañales de tela. Le pregunto a la “tía” si no es muy difícil su trabajo. Me dice que lo más difícil es ver partir a los bebés, pero que afortunadamente ella nunca ha estado presente cuando esto sucede. A veces son sus mismos padres o familiares de los padres quienes se los llevan, pero la mayoría de las veces son padres adoptivos. Me comenta que hay muchos extranjeros que adoptan. Casi siempre buscan a bebés recién nacidos o con muy pocos meses de edad, pero el proceso de adopción es largo y complicado. Están celebrando que uno de los bebés ya ha sido adoptado, pero me explica que fue rápido, gracias a que el padre adoptivo es policía.

Más tarde salgo al patio a ver a los niños más grandes de la guardería. El mayor tiene casi 8 años, pero como nació con una discapacidad y anda en silla de ruedas no lo han podido transferir a otra institución y se ha ido quedando aquí, aunque se supone que el centro es para niños de hasta 5 años de edad. Hay otro niño de 6 o 7 años, con autismo. No ha dejado de llorar desde que llegamos, pues había venido una chica voluntaria que estuvo jugando con él, pero no entiende por qué se tuvo que ir y lo dejó. Tiene una cicatriz muy grande en la cabeza, como de un machetazo, pero a este niño no lo pueden dar en adopción, pues existen registros de que tiene una mamá que lo estuvo cuidando durante casi un año, pero un día lo abandonó, herido de la cabeza, en un terreno baldío.

Me llama la atención una niña muy linda. Me dicen que tiene 3 años de edad, pero es del tamaño de mi hijo que aún no cumple los dos años. Tiene el cabello y los ojos negros, su mirada es tierna pero analítica. Mientras estoy dándole de comer a uno de los bebés viene y me abraza la pierna, volteo a verla y me regala una sonrisa auténtica e inocente. Después va con mi amiga, la abraza y la besa. Me pregunto a cuántos niños habrá ya visto llegar e irse del hogar, y qué tanto entiende o no del proceso de adopción. Es una niña divina, y es hasta que me dicen que viene de Kuna Yala cuando me doy cuenta de sus rasgos indígenas. La administradora del hogar nos comenta que no entiende por qué no ha sido adoptada. Llegó al hogar cuando tenía dos meses de edad, su madre la envió a la ciudad, pues no se podía encargar de ella. Se llama Anita.

tomorrow

Acerca de LaLoren

Migrante permanente: 21 años tapatía, 1 lyonesa, 2 parisina, 2 grenadina, 1 guadalupense, 1 chiapaneca, 1.5 chilanga, 1 trinitaria, 0.5 ginebrina, 3.5 panameña, 1.5 libanesa
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