No puedo dejar de observarlo. Me imagino quién lo habrá pedido: quizá el mismo niño le explicó la idea a su papá o a sus abuelos quienes lo cuidaban mientras sus papás trabajaban. No, seguro fue idea de la mamá desesperada por no saber cómo entretenerlo mientras preparaba la comida.
Lo hicieron hace más de 3,000 años, unas manos idénticas a las mías y a las tuyas. Tres mil años, y es un juguete con el que podría seguir jugando cualquier niño el día de hoy. Sigo viendo los demás objetos del museo: vasijas, tarros, joyas, monedas, sarcófagos… Sí, la gente hace tres mil años comía, trabajaba, dormía, cogía, tenía hijos y moría, todos morían. Igualito que ahora. Finalmente lo esencial ha quedado intacto.
Llevo cinco meses viviendo en Líbano y aún me impacta sentir que estoy pisando tierra que vio nacer y morir civilizaciones. En México encontramos vestigios olmecas, que datan de más de 1,000 años antes de Cristo. En Líbano las fechas se van hasta 4,000 años a.C., con la gran Mesopotamia. Las pirámides de Egipto fueron construidas en 2,600 a.C. En Creta, los minoicos se desarrollaron entre 2,500 y 1,600 años a.C.
Y no dejo de pensar en todo lo sucedido en el mundo en 2016 d.C., digno de titulares de un Día de los Inocentes: Donald presidente. Inglaterra fuera de la Unión Europa. Colombia vota no a un acuerdo de paz. Guerra en Siria y crisis mundial de refugiados. Ataques terroristas usando camiones. Hace algunos años cualquiera de estos acontecimientos hubiera sonado ilusorio. Hasta hace un par de meses varios de ellos sonaban aún a mala broma. Y sin embargo todo es real y varias cosas además decididas en plena conciencia y por medios democráticos por una mayoría de ciudadanos.
2016 d.C me demostró que no formo parte de las mayorías. Pensé que ya todos habíamos aprendido las lecciones de la historia, que los países podemos trabajar juntos por valores comunes, que la búsqueda de paz debe estar por encima cualquier cosa, que todos somos iguales independientemente de raza, color o religión, que ninguna guerra justifica la muerte de un solo ciudadano, mucho menos de niños, que los humanos somos naturalmente solidarios, que los derechos humanos se crearon para ser respetados, que los refugiados y migrantes jamás sufrirían de nuevo, que los muros habían caído.
Y sin embargo no, hay gente, mucha gente, que por su condición física, o por el lugar donde nació, o por el dinero que ha logrado acumular se siente superior a otra. Hay personas que siguen creyendo que su religión posee la verdad absoluta, sin darse cuenta que todas sus creencias en realidad son cuentos inventados (muy recientemente, por cierto). Sin embargo nos seguimos matando unos a otros con tal de defender esos mitos.
Y no dejo de peguntarme ¿cómo pasará este tiempo en la historia? ¿Qué dirán en mil años de lo que estamos haciendo ahora? ¿De hecho, el planeta podría sobrevivir mil años más al ritmo de destrucción al que vamos? ¿Pasaremos a la historia como la civilización que salvó al mundo o que lo destruyó? ¿En mil años, en un museo hablarán de nosotros simple y sencillamente como la era del petróleo y el plástico, o será resumida como la era de la globalización con una civilización que desarrolló las telecomunicaciones hasta el punto en que las personas dejaron de ver al prójimo por estar viendo sus teléfonos? ¿Cuántas guerras mundiales, cuántos imperios, cuántos dictadores, cuántos muros levantados y caídos, cuántos ataques terroristas, cuántas muertes violentas necesitaremos para pasar a otra era?
Y vuelvo otra vez a concentrarme en el juguete, y vuelvo a pensar en las personas, sobre todo en la mamá. Seguro nunca imaginó que el juguete de su hijo estaría en un museo tres mil años más tarde. Seguro estaba ocupada haciendo lo mejor que podía, el día al día. Levantarse en la mañana y echarle todas las ganas, igual que como hacemos todas y todos. No nos queda de otra. Nuestra capacidad de cambio llega hasta ahí, a lo que hacemos todos los días.
Y pienso también en esas mujeres que salieron a la calle el 21 de enero de 2016 d.C. y en cómo me han devuelto la esperanza y la confianza de que todo lo que sucede, siempre es para bien. Y les doy las gracias, y espero que sí, que logremos cambiar el rumbo, y pasemos a la historia.