El amor materno en tiempos del H1N1 Ébola Zika
La maternidad me ha enseñado que mi humor puede ser altamente influenciable, para bien o para mal, por una criaturita de menos de un metro de alto, a quien resulta que tengo la enorme responsabilidad de enseñarle como vivir, cuando ni siquiera he terminado de entender cómo llegué yo misma aquí. Mis hijos son la fuente de mis más grandes alegrías pero también de mis más profundas tristezas y frustraciones…
Desde antes de estrenarme como madre empecé a leer mucho, porque creí que así como uno aprende a ser contador o abogado uno puede aprender a ser mamá. Por circunstancias de la vida, mis primeros libros sobre la maternidad fueron libros que promovían la crianza del apego y realmente me encantó esa filosofía y no dudé en ponerla en práctica con mis hijos.
Con el tiempo, me he dado cuenta de que para realmente poder aplicarla uno necesita hacer un gran trabajo de imaginación. Primeramente hay que trasladar cualquier situación al contexto prehistórico e imaginar que tu casa es una cueva y que afuera hay mamuts, hienas y otras bestias salvajes en busca de alimento. Cualquier actitud de tu cría es justificada por su instinto de supervivencia y por la protección que sólo tú le puedes brindar gracias a tu instinto materno innato (el rol del padre queda bastante limitado a proveer la cena). Lo mejor entonces es salir lo menos posible de la cueva y suprimir cualquier noción del tiempo (paso 1: quítate el reloj), al fin y al cabo en las cuevas siempre está obscuro, ¿o no?
Algunos de los consejos de la crianza con apego que puse en práctica son:
Lactancia a libre demanda: se basa concretamente en amamantar a tu hijo cuando quiera, cuanto quiera, todo el tiempo que quiera y de preferencia hasta que camine o hable. Pero, ¿cómo sabemos que quiere comer si aún no sabe hablar? Pues le ofrecemos el pecho cada que llora. Esto nos lleva a sentirnos una especie de hada madrina a quien su varita mágica se convirtió en pezón, y lo sacamos cada que queremos que la criatura se calle. Para que la lactancia a libre demanda funcione la madre no debe de ser ni recatada, ni adepta a querer comer sola y con las dos manos, ni a dormir noches completas ni a hacer cualquier otra actividad que implique tener los dos pechos libres de succión.
Alimentación complementaria a demanda (BLW): Consiste en nunca forzar a comer a tu bebé, dejarle el alimento a su alcance y que coma lo que él quiera y cuando él quiera (con las manos claro, para de paso desarrollar su sentido sensorial). Excepto que la mayor parte del tiempo tu hijo no sólo no come, sino que cree que es hora del entrenamiento olímpico de lanzamiento de comida, por lo que para que el BLW funcione la mamá no debe de ser muy adepta a los pisos limpios (ni las sillas, ni las mesas, ni las ventanas, ni la ropa…).
Porteo: Un bebé necesita el contacto constante y permanente de la madre por lo menos hasta que aprenda a correr y huir de la mordida de una bestia (al fin y al cabo en la prehistoria no había pavimento, y por lo tanto tampoco calles, y mucho menos carriolas). Así que carga a tu hijo de preferencia con un rebozo que te permita tener las manos libres para que no tengas el pretexto de la “inutilidad”. Para que el porteo funcione la mamá no debe de ser muy adepta a las espaldas sin dolor ni a la sudoración contenida.
Colecho: dejar que el niño duerma en la cama de los padres (lógico, instintivamente estamos hechos para dormir en grupo a fin de protegernos contra posibles ataques nocturnos de depredadores). Sin embargo en mi caso el “colecho” se convirtió rápidamente en “colucha”, donde mi esposo y yo éramos del equipo de los técnicos y nuestro hijo era de los rudos, propinándonos toda la noche cabezazos, patadas frontales y de empuje, saltos, contragolpes, ganchos inferiores y superiores, estrangulaciones anacondas, juegos de piernas, barridas y llaves al cuello, brazo y pierna…
Y bueno, lo que resultaba tremendamente atractivo en la teoría, resultó sumamente difícil de implementar en nuestra familia, sobre todo después de siete mudanzas internacionales en los últimos 13 años. Y es que la crianza del apego es prácticamente imposible de aplicar cuando no cuentas con el apoyo de una tribu. Las cuevas eran habitadas por grupos de personas, familias completas extendidas, no por familias nucleares de parejas con hijos. Es decir que con esta vida de migrantes la crianza con apego se vuelve muy muy complicada pero sobre todo agotadora.
A esto hay que agregarle que las mujeres de hoy estamos influenciadas por unas mujeronas que en los años sesenta salieron a las calles a exigir los mismos derechos que los hombres, y nos convencieron de que valemos lo mismo y que hay que tener más ambiciones que sólo quedarse en la cueva a esperar a que el macho traiga un mamut para cenar.
Las mamás de hoy, además de sentirnos agotadas por “no trabajar”, nos sentimos sumamente subvaloradas y frustradas de no poder cumplir con todas las expectativas, la mayoría impuestas por nosotras mismas (llevo años sintiendo que la maternidad es como pasar un examen final que yo misma diseño, yo misma me aplico, yo misma me califico y yo misma me repruebo, diariamente…).
Este artículo lo empecé a escribir en agosto de 2014, exactamente un mes antes de que naciera mi tercera hija. En ese entonces en las noticias sólo se hablaba de la epidemia mundial de ébola y por eso el título que le puse fue “El amor materno en tiempos del ébola”. Hoy, un año y medio después, retomo mi artículo para terminarlo y resulta que ya no hablamos de ébola pero de zika… Y entonces caigo en la cuenta de que en abril de 2009 tuve que viajar de urgencia, con tapabocas y todo, desde la Ciudad de México a Guadalajara, con mi primera hija Léa, de 3 semanas de nacida, en brazos (en rebozo, obvio) huyendo de la epidemia H1N1.
3 hijos, 3 epidemias mundiales en menos de siete años. Siento que esto no podría ser más representativo de lo que nos enfrentamos las mamás de mi generación: cambios, incertitud, movilidad, presión, miedos y una exposición constante a información ilimitada acerca de un sinfín de teorías sobre lo que se debe y no se debe de hacer con nuestros hijos.
Estamos tan confundidas y queremos hacer las cosas tan bien que terminamos por no saber qué hacer. El miedo nos paraliza, y se nos olvida que no existe fórmula mágica ni manuales de procedimientos. Que hay un número incalculable de opciones y combinaciones de crianza y casi todas son correctas, siempre y cuando sean recorridas con amor. Es todo. Lo demás, no está en nuestras manos.