En los años que llevo viviendo en el extranjero, escuchar o hacer la pregunta “¿de dónde eres?” es, prácticamente, pan de cada día. Como si el hecho de saber de dónde es alguien diera las pistas necesarias para entender cómo es la persona, qué le gusta, qué no le gusta, es puntual o impuntual, le gusta el futbol, el cricket, el béisbol, el rugby o el hockey… Me he dado cuenta de que, aun estando dentro de un mismo país, la gente pregunta esto en cuánto escucha un tono de hablar, o una forma de actuar o de vestir que considera “diferente”. Necesitamos contextualizar a las personas, ponerles raíces, como si el saber “de dónde es” nos diera la respuesta al «quién es”. Sin embargo, preguntarle su proveniencia a alguien cada vez tiene menos sentido, y creo que en el futuro tu lugar de nacimiento o tu nacionalidad no significarán ya más nada, esto debido a la creciente movilidad planetaria.
Es muy gracioso ver los diferentes estilos de responder de aquellos que cuentan con una respuesta precisa. Cuando estás en un país extranjero normalmente respondes con el nombre de tu país: soy de Alemania, pero si eres más nacionalista entonces le pones el gerundio: soy italiano. Excepto por los gringos, que aunque estén en Tumbuktú responden diciendo el estado o la ciudad: soy de Texas, soy de Washington DC… como si fuera una obviedad que son «from the States» (¿o como si Estados Unidos fuera todo lo que hay?). Si la pregunta te la hacen en tu propio país entonces respondes la ciudad o el estado de dónde vienes: soy de Madrid, soy de Sonora… Pero si vienes de una megalópolis entonces respondes el barrio o la zona de dónde vienes, como los chilangos que dicen: soy del sur de la ciudad, o los parisinos resistidos que dicen que vienen de “banlieue” (de los suburbios).
Yo soy una de esas personas que tiene bien claro de dónde es, a pesar de mis dos pasaportes y diez años de expatriada. Soy mexicana de pura cepa: nací en México, me crie en México, mis papás son mexicanos, actúo y pienso como mexicana y a pesar de los años fuera sigo añorando mi país, y cuando voy, me siento como en casa. Si la pregunta me la hacen dentro de México entonces mi respuesta sin titubear es: soy del meritito Guadalajara. Tapatía pues. Y sí, le voy a las Chivas. Pero resulta que estoy casada con un hombre que cuando le preguntan de dónde es responde: mi mamá es de Francia y mi papá de EUA….
La siguiente pregunta normalmente es: Sí, ¿pero tú? Y ahí, ya no sabe qué contestar, y empieza a divagar y a contar la historia de su vida: de cómo se ha mudado de país en promedio cada dos años desde que nació, que tiene dos pasaportes (de dos países que, para acabarla de amolar, son tradicionalmente considerados antagónicos), y tiene dos lenguas maternas que lo hacen perfectamente bilingüe como para que si habla con un francés crea que es francés y si habla con un gringo crea que es gringo (o, en el peor de los casos, canadiense). Pero nunca ha vivido en ningún país el tiempo suficiente como para sentirlo propio, ni para identificarse con él. Todo esto para justificar que no tiene una respuesta precisa, que no tiene una nacionalidad, que no existe lugar del mundo que él considere su hogar. No es de ningún lado, o mejor dicho, es de todos lados.
Y es que en realidad la pregunta “¿De dónde eres?” no está bien definida, y no se sabe bien qué significa: ¿Dónde naciste? ¿Qué nacionalidad(es) o pasaportes tienes? ¿Dónde te criaste? ¿Cuál es tu origen racial? ¿Dónde has vivido la mayor parte de tu vida? ¿Qué país consideras tu hogar? ¿De dónde vienes? ¿Dónde estabas antes de vivir aquí? ¿Dónde vives ahora? ¿Dónde quisieras vivir? Unos buenos amigos sugieren que su significado sea ¿Dónde pasas la Navidad? (asegurándote, claro, que no se lo estás preguntando a un musulmán, judío, hindú, ateo…)
Es un hecho que en este mundo globalizado, el concepto de nacionalidad se está haciendo cada vez más abstracto, y tendremos que ser más específicos al cuestionarnos (¡y al juzgar!) la “proveniencia” de alguien. Basta con darnos cuenta de la cantidad de híbridos que existen: Personas dentro de la comunidad chicana en EUA se dicen mexicanos a pesar de no hablar español ni haber pisado nunca suelo mexicano… Afro descendientes de tercera generación nacidos y criados en países europeos a quienes se les sigue preguntando de dónde vienen… Comunidades culturalmente arraigadas pero instaladas en el extranjero, como los cubanos en Miami, o los chinos en todos los Chinatown que hay fuera de China… Primermundistas que tienen un estilo de vida bastante tercermundista (y les encanta vestirse de chiapanecos), y sudamericanos que parecen más gringos que Paris Hilton…
En fin, no terminaría con los ejemplos de cómo universalmente el concepto de nacionalidad se vuelve cada vez más vago e incierto. Hace poco supe de alguien que se negó a contestar la pregunta de cuál era su nacionalidad durante un censo demográfico, simplemente porque no se siente ni identificado ni perteneciente a ningún Estado, a pesar de tener dos pasaportes. No tengo idea de qué contestarán mis hijos cuando les pregunten de dónde vienen, creciendo en países diferentes a los de sus tres pasaportes y con un papá que no sabe de dónde es… Pero es un hecho que cada día hay más personas que, como dice la India María: no son ni de aquí ni de allá.
El colmo de toda esta contradicción fue cuando leí en un periódico de Panamá la noticia sobre el: «homenaje al escritor panameño Carlos Fuentes”… Sí, estoy de acuerdo, el escritor, hijo de mexicanos, nació en Panamá, pues su padre era diplomático, así que creció en varios y diferentes países del mundo. Pero que yo sepa jamás se dijo panameño y nunca escribió nada sobre Panamá. Consultando uno de sus últimos libros autobiográficos “En esto creo”, en ninguna parte el autor nombra al país centroamericano (en cambio la letra M está dedicada a México). En Wikipedia dice: “escritor, intelectual y diplomático mexicano”. Así que me disculparán los panameños y el resto del mundo, Carlos Fuentes no es panameño. Es un mexicano nacido en Panamá, ¡sutil, pero tremenda diferencia! Sin embargo, aceptaría que Fuentes sea considerado, simple y sencillamente, un ciudadano del mundo más. Como lo somos todos.