“¿Y por qué el queso se propuso ejercer proezas en Francia?” Se preguntó Neruda, en un momento dado de su vida -cuestionamiento que quedó registrado de manera póstuma en el «Libro de las Preguntas» de Pablo Neruda-.
Quizá la respuesta la había dado ya Charles de Gaulle, a través de otra interrogante: “¿Cómo se puede gobernar un país que tiene más de 300 clases de quesos?».
Cada región, cada ciudad, cada pueblo en Francia decidió plasmar su identidad fabricando su propio queso. La diferencia entre un lugar y otro, a pesar de su cercanía geográfica, está representada, primero, en las características del queso local. Y es que hay que saber que no es únicamente el nombre el que cambia, sino también su materia prima, su proceso de fabricación, su tiempo de maduración, su empaque, su color, su textura, y claro, su sabor.
Un país que es capaz de producir tantas diferentes versiones de un mismo producto es solamente el resultado de su propia pluralidad. La diversidad de quesos refleja la diversidad de la población gala, sobre todo en cuanto a ideologías se refiere.
Sin embargo, y al final de cuentas, se reúnen todos en una sola verdad en común: el queso es bueno, y se come con pan y con vino. Pero atención: no con cualquiera, cada queso con un vino y con un pan específico…
¿Será entonces que la diversidad conlleva siempre complejidad? ¿Y que el queso, simplemente, se haya propuesto ejercer proezas en Francia porque solo los franceses poseen el nivel de complicación necesario?