Llevamos más de ocho años juntos y rara vez nos hemos separado. Sin lugar a dudas, puedo decir que he estado con Lorena en los mejores y en los peores momentos de su vida, de nuestra vida. He estado junto a ella cuando ríe a carcajadas, pero también cuando llora completamente desconsolada, tirada en el piso.
Desde que me conoció, pensó que la única forma de no perderme era no separándose de mí, y decidió que compartiríamos hasta el baño y el sueño. La he acompañado en cada viaje y en cada mudanza, que han sido bastantes, pero no me puedo quejar porque siempre supe que sería así, pues desde un inicio me llevaron de un país a otro para que pudiera estar con ella. A nuestra existencia no le han faltado aventuras, y la he tomado de la mano para escalar montañas, recorrer islas, bucear en el mar, saltar en paracaídas, volar en parapente, construir casas de paja y compostas, sembrar y cosechar huertos…
También he estado ahí cuando se trata de dar amor a los hijos, acariciarlos, darles masajes, consolarlos, bañarlos, darles de comer. Aunque debo confesar que Lorena y yo tuvimos tiempos difíciles, sobre todo durante los últimos meses de embarazo y los primeros meses después del nacimiento. En esos tiempos, Lorena sentía que yo la sofocaba, y dispuso una separación entre nosotros. Me sentí abandonado, pero una vez que regresó a su estado habitual las cosas volvieron a ser como antes y no nos hemos vuelto a separar.
Se podría decir que en la actualidad nuestra relación es estable. Nos conocemos perfectamente y disfrutamos estar juntos. No es como al principio, cuando apenas nos estábamos adaptando el uno al otro. En ese tiempo Lorena me veía con más frecuencia. Me observaba como tratando de analizar y confirmar que yo le parecía atractivo, que le gustaba y podría gustarle a otras personas. A veces ella sentía que yo le quedaba un poco grande, y eso le despertaba un miedo a perderme. Le habían dicho que con los años (y con los kilos) me iba a rellenar, y al final de cuentas fue verdad.
Atravesó también por un momento de duda, en el que cuestionó mis cualidades. Le tuvieron que explicar que los de mi tipo no solemos brillar todo el tiempo, y que era normal que hubiera momentos en que me opacaba. Pero que sólo bastaba con ocuparse un poquito de mí para que volviera el brillo y la luz.
En esos momentos de dudas, yo me ponía nervioso, tenía miedo al rechazo, pero en el fondo sabía que ella me había elegido porque cumplo exactamente con sus requisitos. Porque soy como ella siempre me había imaginado: sencillo y sin grandes pretensiones, pero fiel y convencido de que mi rol en esta vida es acompañarla y hacerla sentir bien, siempre y en todo lugar.
Me mira cada vez menos, y a veces hasta siento que se le olvida que estoy aquí. Pero, de una forma u otra, me recuerda que no es verdad, que lo que pasa es que sabe que cuenta conmigo y yo con ella. Somos inseparables porque simplemente le quedo como anillo al dedo.