Pégame pero no me dejes

escobaEso de vivir en un país con dos estaciones sin lógica alguna: verano (de diciembre a marzo caracterizado por ser la temporada seca), e invierno (de abril a noviembre, cuando en realidad llueve tanto que hace una humedad y un calor de los mil demonios) me está definitivamente afectando.

Al parecer me he vuelto hipersensible, y me han dado ganas de escribir sobre un tema un tanto banal que seguramente me hará perder a mis tres seguidores de sexo masculino pues lo considerarán de poca gravedad, en cambio estoy segura de que varias mujeres se sentirán identificadas conmigo, y hasta llegarán a sentir empatía hacia mi sufrir.

Hoy quiero hablar del fenómeno de la que yo llamaré “Asistente de Labores del Hogar” (Asistente en el texto), también conocida como «empleada doméstica» (que no me gusta pues a mí el doméstico me suena a domesticado), o «empleada» a secas, o «muchacha», o la «señora», o «la señora que me ayuda», o «sirvienta» o muchos otros términos más, algunos muy despectivos, que evitaré mencionar aquí por respeto a una profesión que yo encuentro admirable y respetable.

Y es que hace unos días caí en la cuenta de que hay más Asistentes que me han roto el corazón, que hombres. Fue una evidencia al ver cómo me había hecho sufrir la partida súbita, impredecible y sin aviso de la última… Y es que uno realmente pone todo su esmero para que la relación funcione (sobre todo en lugares donde escasean) y que además encontrar a una es sin lugar a dudas tan complejo y difícil como la de una mujer soltera buscando desesperadamente a su príncipe azul (que sondean a todos sus contactos para encontrar a sus presas, y cuando encuentran a uno tratan de convencerse con toda su alma de que es el bueno, el definitivo, el que las llevará al altar, aunque desde el primer instante se dieron cuenta de que es un desgraciado…).

Y el fenómeno funciona más o menos así: Encuentras a una Asistente, quizá no se ve muy bien pero uno dice bueno ya, por lo menos me va a ayudar. Y entonces empiezas a construir la relación, tratas de ser amable, exigente pero educada, no se te olvidan ni los por favor ni los gracias nunca. Pones mucha atención en elegir las palabras correctas para no herir susceptibilidades y hasta le hablas de usted. Al principio hasta sigues haciendo tú ciertas cosas, para que no sienta que le cargas la mano (sigues tendiendo tu cama, echas tú misma la ropa a la lavadora…). Pero sobre todo tratas de enfocarte en las cualidades y no en los defectos (no lava muy bien los baños pero bueno, cocina rico… además más vale mala por conocida que buena por conocer… por lo menos no me roba…).

breakY así, le empiezas a agarrar cariño, y la dependencia (de ti hacia ella por supuesto) empieza a crecer poquito a poquito… Hasta que un día, puf, se va, sin darte explicaciones. Se va un viernes y el lunes no llega. Si bien te va te manda un mensaje por Facebook (les juro que me pasó). Y tú te empiezas a preguntar: ¿pero qué le hice? ¿Por qué me dejó? ¿Se habrá ido con alguien más? ¿No le bastaba lo que le daba? Y te das cuenta de que no sirve de nada martirizarte con tantas preguntas, pues las respuestas nunca las tendrás. Nunca más volverás a saber de ella, nunca más te contestará el teléfono, por más que quieras hacerte ilusiones buscando razones absurdas por las que no llegó: se le enfermó el hijo; ayer fue día de San Judas Tadeo y de seguro hubo fiesta en el pueblo; no había camiones (excepto si vives en Europa, donde las Asistentes llegan a trabajar en su propio coche).

Entonces, con el corazón roto, el alma por los suelos, y la casa sucísima después del fin de semana en el que te confiaste con que el lunes vendría a levantar todo tu tiradero, el de tu esposo y el de tus hijos, te levantas y tratas de convencerte de que en realidad no la necesitas, que no necesitas a NADIE, que tú puedes sola. Que las solteras también oueden ser felices. Y empiezas a limpiar tú misma tu propio tiradero de tu propia casa, al mismo tiempo que piensas que quizá no necesitas una casa tan grande, que un departamentito con dos recámaras sería más fácil de limpiar, pero bueno, ya estás aquí… además te vas a poner bien buena sin necesidad de ir al gimnasio.

Ahí es cuando te das cuenta de que a ti te quedan los baños más limpios que a ella (¿o será que el esfuerzo físico hace que de repente los pequeños detalles pierdan importancia?), que la comida te salió bastante bien y que en realidad ni era tan buena, que al final de cuentas qué bueno que se fue, así te evitó la pena de correrla. Y así, sigues limpiando, y pensando, y limpiando, te detienes para comer, lavas platos y vuelves a limpiar. Llega la noche y estás exhausta. Tu esposo llega del trabajo y estás de un humor de mírame y no me toques, que hasta le dices que se quite los zapatos desde la cochera para que no vaya a ensuciar el piso.

Te vas a dormir agotada pero satisfecha de ver que sí pudiste sola y hasta empiezas a hacer cuentas de todo lo que te podrás comprar con el dinero que te vas a ahorrar. ¡Tantas cosas! ¡Y es que es muchísimo dinero! ¡Hasta se van a poder ir de vacaciones!

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Al día siguiente te levantas, adolorida, confirmas que hoy tampoco llegó, su abandono es definitivo y después del desayuno, cuando volteas a ver el piso que habías trapeado ayer y que ahora está lleno de jugo, frutilupis y migajas de pan, y ves todos los platos que tienes que lavar, y ves que el jardín ya está otra vez lleno de hojas, piensas que quizás debas de empezar a buscar a otra, que el sueldo bien los vale, y que en realidad no necesitas vacaciones…

Acerca de LaLoren

Migrante permanente: 21 años tapatía, 1 lyonesa, 2 parisina, 2 grenadina, 1 guadalupense, 1 chiapaneca, 1.5 chilanga, 1 trinitaria, 0.5 ginebrina, 3.5 panameña, 1.5 libanesa
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