Léa, espera y llegada

Léa,  la espera y la llegada 

Hace exactamente un año, Gavino y yo nos enteramos que estábamos embarazados. Era la mañanita del lunes 11 de agosto de 2008, y estábamos en Toniná, sitio arqueológico chiapaneco, en compañía de una pareja de amigos que venían de Francia. Un día antes, estando en San Cristóbal de las Casas, Gavino compró en la farmacia una prueba de embarazo, pues yo ya llevaba más de 3 semanas de retraso. Decidimos darle un día más de chance para que llegara la regla, pero sobre todo quisimos hacer la prueba por la mañana pues según esto es más eficaz. Todavía en la  noche estaba yo en un temazcal, y casualmente Orianne me preguntó si ya me veía pronto de mamá -ella sin saber nada del retraso-, yo le dije que me daba mucho miedo la responsabilidad de ser mamá. A la mañana siguiente, cuando me hice la prueba de embarazo y vi esas dos rayitas pintadas en el aparatito, y verifiqué las instrucciones más de 15 veces hasta estar segura que las dos rayitas significaban bien que estaba embarazada, me sentí 100% preparada para ser mamá… Cuando salí del baño para darle la noticia a Gavino de que iba a ser papá, no lo podía creer, estaba feliz y tenía ganas de salir a correr al bosque. En ese mismo instante agarramos el teléfono y les dimos la noticia a los próximos abuelos y tíos en Guadalajara y en Versonnex. Todavía en shock, y sólo cuestión de cerciorarnos, en la tarde volvimos a comprar otra prueba, esta vez en Tuxtla, que obvio, volvió a salir positiva… A partir de ese momento nos dedicamos a esperar al Frijolín -posteriormente nombrada Léa-.

Durante mi embarazo sucedió una extraña coincidencia: Mi abuelo -papá de mi mamá- y mi Abuevieja -mamá de mi papá-, quienes fueron también mis padrinos de bautizo y dos de las personas más importantes y más queridas en mi vida, se cruzaron en el camino con Léa. Mi Abuelo falleció cuando tenía cuatro meses de embarazo y mi Abuevieja cuando tenía siete.  Me gusta pensar que los dos se vieron en el camino con Léa -cuentan que mi abuelo en sus visiones de los últimos meses seguido hacía como que acariciaba a una niña y decía “qué bonita”…  Mi Abuevieja también alcanzó a saber que venía Léa, y me dijo que bueno que tenía una niña, pues las niñas siempre acompañaban y cuidaban a la mamá-.

Fuera de esto, mi embarazo transcurrió tranquilamente, lo más importante es que nunca me dio insomnio y mi mayor achaque, además de que la panza se me llenó de vellos, me sangraba la nariz por las mañanas, me daban agruras en las noches y tuve un dolor en las costillas, fue que de repente mis eructos eran más fuertes y frecuentes de lo normal. Mi teoría es que de esta forma le estaba enseñando a Léa, desde el útero, cómo tendría que hacerlo al nacer. Ella estuvo practicando los 9 meses, pero desgraciadamente confundió eructo con hipo, así que la mayor parte del embarazo tuve a Léa con hipo en mi panza, y siguió teniéndolo a diario hasta el 4to mes de nacida.

Los primeros cinco meses de embarazo estuve en Chiapas, trabajando mucho y con realmente muy poco tiempo para concentrarme en los cambios que mi cuerpo estaba teniendo.  La primera vez que sentí moverse a Léa estaba sentada en mi escritorio, y en realidad no supe bien si había sido ella o un retortijón post-alimento. Y como dicen, los bebés siempre vienen con torta, así que Barack Oabama ganó las elecciones y a mí se me presentó la oportunidad de dejar de trabajar pues a Gavino lo contrató la Cruz Roja Americana para ser el coordinador de sus proyectos en México. Esto significó mudarnos al Distrito Federal. Así es que Léa fue concebida en el Estado más pobre y con mayor retraso del país, pero no se salvó de ser chilanga y nacer en la Gran Metrópoli agregando así uno más a los más de 20 millones de habitantes.

En cuánto llegamos al DF, me puse a buscar actividades prenatales, y encontré clases de yoga para embarazadas, en dónde mujeres panzonas desacomplejadas tomábamos posturas dignas de Keiko. Yo me iba a las clases en bicicleta, y lo seguí haciendo hasta dos semanas antes de que Léa naciera, rompiendo así con la fantasía de “tu abuelita en bicicleta”, pues con tremenda panzona hasta el tráfico capitalino detenía. También contacté a las de la Liga de la Leche, para que me convencieran de que no hay nada mejor que la leche materna. Las actividades prenatales de Gavino consistieron en comprarle a Léa las que “seguramente” serían sus películas preferidas (Star Wars, Shrek…).

También nos inscribimos a un curso “alternativo” de preparación al parto psicoprofiláctico, en dónde nos aconsejaron vivamente el parto natural y nos mostraban videos de mujeres que durante el trabajo de parto natural y a mitad de cada contracción experimentaban orgasmos… -fue durante el nacimiento de Léa que me di cuenta  que había sido una película de ficción-. Lo más importante que nos enseñaron en este curso fue que los papás no debían tomarse nada personal de lo que la mamá dijera durante el parto y post-parto -Gavino dio su aportación aclarando que el post-parto dura aproximadamente 18 años-.

Además, con la ventaja de tener mucho tiempo libre, me puse a leer libros sobre el embarazo, de lo que hay que hacer, lo que no hay que hacer… Y bueno, con tanta lectura e información se me antojó tener un parto natural  -los orgasmos no tuvieron nada que ver…- Y cuando digo natural quiere decir que el bebé no nada más sale por la vagina, sino que no tomas absolutamente nada para el dolor, no hay anestesia de ningún tipo y vives el dolor del parto convencida de que siendo mujer estás programada para soportarlo. Luego leí que el agua caliente puede funcionar como anestesia natural y que entre las ventajas de estar en el agua es que uno puede tomar posturas que favorecen la bajada del bebé (más en vertical y no en horizontal). Después me enteré de que había un buen hospital, cerca de la casa, que tenía instalaciones para el parto en agua, y fue así como decidimos, Gavin y yo, que nuestra hija Léa naciera de esta forma.

Y es que siempre he adorado el elemento líquido, soy de las que se aguanta el asco y se relaja en las tinas de los hoteles, de las que no les da claustrofobia bucear y de las que cuando va a la playa o está en la alberca o está en el mar.  Entonces, para el momento más importante como mujer, quise también estar en el agua. También ayudó que Gavino me dio desde el primer momento todo su apoyo (o me siguió la corriente pues…). Después de mucho buscar encontré a un ginecólogo que comulgaba con la doctrina de lo natural, cosa difícil en este país en dónde en los hospitales privados se llega a más de 80% de cesáreas, la mayoría de ellas innecesarias.

Y muchos podrán decir (y lo dijeron): “¿pero por qué hacerlo de esa manera?  ¿Qué ganas de parir como india en el cerro? Habiendo ya tantos adelantos médicos ¿para qué volver a la era de las parteras?  Nadie te lo va a agradecer”…  Mi mamá les diría que porque soy contreras. En parte tiene razón, tengo esa manía de cuestionar todo y de pensar que no porque todo el mundo lo haga o lo diga entonces quiere decir que es lo mejor o la verdad absoluta, evito lo más posible comprar las grandes marcas, odio los monopolios, prefiero el puestito de tacos que un Mc Donald’s, opto siempre por la otra alternativa, la excepción de la regla, me encanta andar descalza y en mi vida siempre trato de aplicar el consejo de Milan Kundera de preferir el camino sobre la carretera.[1]

Y fue por todo esto que tenía ganas de recibir a Léa de una manera excepcional, en plena consciencia, para que sintiera que la estaba acompañando en este gran trabajo que es nacer. También me gustó la idea de que Gavino estuviera junto a mí todo el tiempo y recibiera a su hija. Creer que por el hecho de nacer naturalmente Léa llegaría al mundo consciente, despierta y tranquila, sin ningún medicamento en su organismo. Me preparé para esto como si fuera a correr un maratón, y todo el tiempo me dije: si aguantas esto, entonces estarás preparada para todo lo que venga después.

Empecé a tener contracciones desde la semana 38, pero las meras buenas llegaron a la semana 39, y más precisamente la noche del lunes 30 de marzo. Todo el martes 31 tuve contracciones, continuas, sin embargo, cuando en la tarde el ginecólogo me revisó yo no había dilatado ni un milímetro, además me dijo que mis contracciones aún estaban leves -yo en ese momento tuve ganas de matarlo, pues mis contracciones las sentía bastante fuertes, aunque después entendí que esas no eran nada comparadas con las que venían…- Decidí recurrir a la acupuntura, para incitar la dilatación, así que a las cinco de la tarde fui con mi amiga Carla, acupunturista y yogui embarazada a que me encajara agujas. Esto me provocó contracciones más fuertes y más seguidas, y a la una de la mañana que llegamos al hospital yo ya tenía 7cm de dilatación aunque no había roto la fuente. Podría decir que desde ese momento yo entré en un estado de trance y de instinto animal, cerré los ojos y no los abrí hasta las 7:17am que nació Léa.

Las primeras horas fueron de soportar las contracciones, me tenía que apoyar en algún lugar, o en Gavino que me hacía masajes en el sacro y me ayudaba como podía. Más tarde nos metimos a la tina, Gavino y yo, y después de algunas horas el ginecólogo optó por romperme la fuente, lo que desató contracciones aún más fuertes. Léa tardó en salir, creo que por culpa de su mamá que la programó desde el embarazo para que llegara en abril y no en marzo. Así que se esperó hasta la mañana del 1ero de abril para salir (dato curioso: el 1ero de abril es el Día de Los Santos Inocentes tanto en Francia como en EUA, vaya bromita…). Otra razón fue que tenía el cordón enredado en su cuerpo, así que apenas bajaba poquito el cordón la volvía a jalar, como bungee. Así que nos tardamos un rato, yo pujando -por abajo y por arriba… por lo que al día siguiente lo único que me dolía era el “anís” y la garganta- y con muchos pensamientos en mi cabeza -del estilo: Léa será hija única, si acaso quiere un hermanito será adoptado- Gavino, con la piel toda pachichi después de tantas horas en el agua, y Léa esperando que amaneciera para poder salir.

Fue después de un cambio de postura, recomendada por mi ginecólogo -a la otra ya sé cómo me voy a poner desde el principio- que Léa salió al primer pujido. En ese momento Gavin estaba sentado en la orillita de la tina, pero en cuento oyó que Léa salía se puso atrás de mí, abrazándome y viendo cómo Léa salió sumergida en el agua y después la sacó el ginecólogo para ponerla directamente en mi pecho. Fue en ese momento que abrí los ojos para ver a mi hija, pequeñita, toda indefensa, observándome y poniendo toda su confianza en mí -¡cómo se le ocurre!- En ese mismo instante el dolor había desaparecido por completo y había tomado su lugar una felicidad indescriptible, plena, ver que Léa estaba ahí, completa, saludable y con los ojos abiertos, viendo a sus padres abrazados. El pediatra tomó a Léa para revisarla, y después se la dio a Gavino mientras yo me salía de la tina y me preparaban para la salida de la placenta. Cuando Gavino tenía a Léa en sus brazos, observándola detenidamente y con los ojos llenos de lágrimas, ella le regaló su primera sonrisa, desarmándolo por completo. 

Después de algunos minutos salió la placenta, y la sensación es como si saliera otro hijo. Cuando la vi me vino a la mente todas esas mujeres que se comen su placenta pues al parecer está llena de proteínas, o las que se la llevan a su casa aún amarrada al cordón umbilical del bebé y esperan a que se desprenda naturalmente. Ambas cosas me parecieron completamente absurdas y asquerosas, lo único que hice fue decir: Eres realmente muy fea pero te doy las gracias por cuidar a Léa durante 9 meses…. Léa nació sana (50cm, 2.900 Kg, 9.9 de calificación) y preciosa, aunque cuando salió estaba azulada, chiquita y arrugada -dice Gavino que parecía camaroncito de sopa Maruchan-, luego luego agarró color, no estaba hinchada, y lo más impresionante es que tuvo los ojos abiertos todo el tiempo, hasta que llegamos a la habitación y se durmió.

Sobra decir que desde las 7:17 de la mañana del 1ero de abril de 2009 mi vida es otra, en todos los sentidos. La relatividad de mi tiempo cambió, no como lo mismo, no duermo lo mismo, no peso lo mismo, no siento lo mismo que antes. Pero todo vale la pena nada más de sentir las mariposas en el estómago que me provoca Léa, de verla sonreír… En algún lugar leí que a las sonrisas de los bebés recién nacidos se les llama “Sonrisa de Ángeles”, pues al hacerlo parece que están viendo a alguien más, que les sonríen a los ángeles. Entonces yo cada vez que veo sonreír a Léa me imagino a mi Abuelo y a mi Abuevieja, sus ángeles, que la están cuidando desde el cielo. Todos los días al ver a Léa me doy cuenta del milagro de la vida, me emociono al ver cómo va descubriendo el mundo y no tengo ganas de perderme ni un segundo de esta aventura.

Por otro lado me siento realmente orgullosa de haber logrado tener un parto totalmente natural. Me imagino que es algo así como lo que sienten los que terminan un maratón. Lo más importante es que después de esto, me siento con la fuerza de superar cualquier cosa que venga,  tengo la certeza de que Gavin y yo seremos capaces de sobrellevar las cosas difíciles que representa el ser padres, siempre y cuando estemos juntos. Sé que habrán todavía muchos momentos dolorosos y difíciles, pero también sé que van a pasar, y que al final, cuando los recuerde, será sólo el momento, pero ya no me dolerá y habré entendido que son parte de la vida, y parte de la hermosa labor de ser mamá.

Lorena.

 

[1]“Camino: franja de tierra por la que se va a pie. La carretera se diferencia del camino no sólo porque por ella se va en carro, sino porque no es más que una línea que une un punto con otro. La carretera no tiene sentido en sí misma; el sentido sólo lo tienen los dos puntos que une. El camino es un elogio del espacio. Cada tramo del camino tiene sentido en sí mismo y nos invita a detenernos. La carretera es la victoriosa desvalorización del espacio, que gracias a ella no es hoy más que un simple obstáculo para el movimiento humano y una pérdida de tiempo.
Antes de que los caminos desaparecieran del paisaje, desaparecieron del alma humana; el ser humano perdió el deseo de andar, de caminar con sus propias piernas y disfrutar de ello. Ya ni siquiera veía su vida como un camino, sino como una carretera: una línea que va de un punto a otro, del grado de capitán al grado de general; de la función de esposa a la función de viuda. El tiempo de la vida se convirtió para él en un simple obstáculo que hay que superar a velocidades cada vez mayores. Milan Kundera, La Inmortalidad.

Acerca de LaLoren

Migrante permanente: 21 años tapatía, 1 lyonesa, 2 parisina, 2 grenadina, 1 guadalupense, 1 chiapaneca, 1.5 chilanga, 1 trinitaria, 0.5 ginebrina, 3.5 panameña, 1.5 libanesa
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